lunes, 29 de agosto de 2011

PLAZA SANTA CRUZ

10 - la plaza Santa Cruz Los “rincones de nuestro centro histórico”, aparte su pintoresca singularidad, ganan su merecimiento por sus diferentes aportaciones que desde el momento de su creación se han ido sumando en la configuración de la ciudad.

Desde la majestuosidad de un palacio de antiguo abolengo al sencillo brocal en el centro de una recoleta plaza, o las balconadas artesonadas que llaman la atención del viajero, así como el banco de piedra bajo la sombra de una centenaria arboleda que le relaja, y demás ocasiones que procuran el disfrute a quienes en su callejeo buscan su encuentro, el común denominador de todos ellos es el de haber sido testigos de un pasado que satisface la curiosidad del interesado caminante, tanto en cuanto que por las peculiaridades que cada uno atesora, han acrisolado al “Cap i casal del Regne”, enriqueciendo su historia.

El Barrio del Carmen, arrabal de la Valencia musulmana, alberga cercano a la plaza de su nombre uno de los focos culturales más representativos tras la Reconquista de Jaime I. El primer de los quehaceres del “Conqueridor” fue el de dotar la ciudad de los necesarios lugares para el establecimiento de las ordenes religiosas que le acompañaron, así como la construcción de las parroquias que impartieran el culto cristiano en su nuevo dominio.

Es el caso de la Parroquia de la Santa Cruz, una de las catorce existentes en su época foral y que a su derribo por las acciones desamortizadoras del XIX, su culto se trasladó a la próxima Iglesia del Carmen, y con el mismo, su advocación.

El famoso pintor Joan de Joanes, hijo del barrio, cuya figura de piedra permanece en un monumento en la Plaza del Carmen, fue enterrado en la vieja parroquia. En la actualidad sus restos descansan en la Capilla de los Reyes del Convento de Santo Domingo, previo paso por la Iglesia del Carmen tras el derribo que posibilitó la plaza que en recuerdo de la vieja parroquia lleva su nombre, y cuya singularidad principal era la que en ella se albergaba desde 1314, año en el que fue fundada, la “Cofradía de los Ciegos”.

Institución de carácter gremial que se dedicaba a la atención de los ciegos ofreciéndoles sus enseñanzas e instándoles a la oración, por lo que alcanzó gran fama; siendo lugar de acogida de quienes necesitaban de sus cuidados y que por su mayor demanda y exigencia de espacio, pocos años después, tuvo que trasladarse a la cercana y actual calle Museo que en tiempos antiguos fue conocida como la de la “Cofraría dels Cegos”.

Lugar de enseñanza en la que los ciegos disponían de tres años para su formación, al tiempo que practicaban el ejercicio de la oración junto al de la música, pues se entendía que en su alternancia, el fruto de sus plegarias era más seguro. Se les adiestraba en el uso de la guitarra y del violín y que tras superar su aprendizaje, los “ciegos oracioneros” lograban su medio de vida participando en aquellos actos, tanto litúrgicos como civiles, a los que eran requeridos.

Hoy, la Plaza de Santa Cruz es un amplio “rincón” en el que destaca una cruz de hierro adosada a una columna de piedra como sencillo, pero significativo, monumento en su recuerdo parroquial; a la que se accede, dada su amplitud, por diferentes calles: como son las de Juan de Juanes desde la de Roteros, la de la Cruz, la de “les Adoberies”, la de Santa Elena y la de la Caridad.

Plaza que en su otro extremo y para lugar de encuentro, posee como un pequeño bosquecillo que cubre unas largas bancadas de piedra para la ocasión del descanso.

Rincón, el nuestro, que en los últimos años se ha visto necesitado de su restauración aún no finalizada, conservando las fachadas de sus edificios el castizo sabor del “Barrio del Carmen”, que si otrora lo fue gremial y artesanal, en la actualidad es el del ocio.

Pero sin menoscabo de su rico y viejo pasado que tras el paso de los siglos pervive incrustado en la calma que transmite al caminante, por él interesado, que cruza nuestro “rincón”.

miércoles, 27 de julio de 2011

LA PLAZA DE LOS PINAZO

49 - La Plaza de los Pinazo_rincon

Nada más agradable para las tardes de bochorno estival, erigido en implacable dueño de nuestras calles, que encontrar un lugar agradable en brisas bajo el ramaje de unas moreras que en su permanente cimbreo nos indican el lugar donde refugiarse. Es pues un “rincón” de suaves vientos que agradece el caminante y en el que se aísla y se reconforta por un instante del bullicio en su rededor. Tráfago que reina en una plaza que tras sus últimas transformaciones se ha convertido en uno de los puntos más comerciales de la ciudad, al igual, que resulta ser un espacio de reunión donde acudir a una cita ocasional o de acostumbrado encuentro, al igual que sirve de tranquilo relax en una tarde dominical.

Corresponde a la Plaza de los Pinazo, la que tiene la singularidad que bajo sus cuatro moreras junto a unos macetones de laurel que la adornan, sitos en el centro de la misma y reposando en sus bancos, el céfiro y sus caricias nos indican la agradable diferencia existentes entre un punto y otro de nuestro rincón, a pesar de su no muy grande extensión y en una confluencia de calles que lo originan. Bajo la arboleda se encuentra su agradable estancia cual regalo para quien busca el solaz de la tarde tras su callejeo por tan céntrica zona.

Antigua Plaza del Picadero hasta 1912 (debido a la existencia de un lugar donde se guardaban los caballos a espaldas de la plaza y junto al edificio desaparecido de “las Coronas”), pasó a llamarse entonces Plaza del Pintor Pinazo en homenaje al famoso pintor valenciano, para finalmente ser conocida como “de Los Pinazos” en recuerdo del pintor y también de su hijo, quien fuera el autor de la escultura sedente de su padre situada junto a la Audiencia en un pequeño y próximo jardincillo de la calle Colón.

Rincón el nuestro de gran importancia histórica por ser el lugar por donde discurría la muralla cristiana (mandada construir por Pedro el Ceremonioso en 1365 como cerco defensivo para la ciudad y destruida en 1865 en época de Isabel II a instancias del Gobernador Civil, Cirilo Amorós, por la crisis de la seda) como lo indica la presencia de su basamento, justo en el sitio donde se encontraba uno de los “portals chics”, la que fuera Puerta de los Judíos cuya pequeña amplitud de escasos tres metros se muestra al curioso observador tras afortunada excavación, cual testigo de su existencia. Debe su nombre a su proximidad a la judería valenciana, al igual que su cementerio situado en torno a la actual calle de Juan de Austria que desemboca en nuestra plaza.

Lo que supuso el fin de la industria sedera dejó a muchos valencianos en paro, por lo que se aconsejó su derribo para procurar trabajo, así como la necesidad de abrirse la ciudad. Ello dio lugar a la ronda de Valencia, así como al primer proyecto de ensanche en la ciudad a partir de la Calle de Colón que ladea nuestro rincón.

Así pues, es más bien un “rincón de brisas” el que ofrece su alivio al paseante, bajo unas moreras que rememoran la importante industria sedera que hasta finales del siglo XIX dio justa fama a la ciudad con miles de familias que se dedicaban a su elaboración en los talleres de sus casas.

La boca del metro urbano, seña de modernidad, se funde con una de las puertas de la muralla cristiana uniéndose de tal guisa y en un palmo de terreno, el pasado y el presente de la ciudad en una plaza de gran actividad comercial, pero con la permanente brisa que se nos ofrece bajo el “rincón” de una pequeña arboleda que alivia el sopor del estío.

lunes, 27 de junio de 2011

EL RINCÓN DEL OLMO

19 - El Rincon del olmo
Nada mejor para la Valencia de esplendor: la del Cap i Casal del Regne del siglo XV, que la edificación de las grandes obras dada la importancia que tuvo la ciudad, por lo que sus próceres tomaron la decisión de procurar auténticas joyas arquitectónicas recurriendo al concurso de los más famosos “pedrapiquers” de la época.
Aquellos, quienes a golpes del martillo sobre el cincel, trabajando las piedras de sillería de nuestras cercanas canteras, fueron capaces de levantar grandes monumentos que al llegar hasta nuestros días se han convertido en lugares emblemáticos visitados a diario por quienes interesados por nuestra ciudad lo hacen cada vez en mayor número.
Es el caso de las “Torres de Quart” y de Serranos o nuestro “Micalet”, así como tantas otras obras que sólo el citarlas nos apartarían de nuestro objetivo, que no es otro que mostrar el encanto de un pequeño y escondido a la que vez que singular rincón, tanto en cuanto que sobre el enlosado del suelo quedan identificados los signos que acreditaban a aquellos “pedrapiquers”; en este caso los artífices del más bello monumento representativo del gótico valenciano: el de La Lonja de la Seda a pocos pasos situado.
Nuestro rincón, “El del olmo”, lo cubre una espesa arboleda que le da paz y sombra y en el que no faltan dos bancas de piedra. Satisface la curiosidad del caminante al estar formado por la confluencia de callejuelas tan entrañables como la de L'Estamenyeria Vella, la de L'Om, la de Tundidores, la de Generoso Hernández (en recuerdo de un maestro de escuela en la zona) y la de En Pina, que con su parra a la entrada aún conserva su adoquinado -en su particular caso de rodeno- uno de los últimos vestigios de cómo eran las calles empedradas de la ciudad mediados el pasado siglo.
Al igual que los pequeños y humildes balcones de hierro y que precisamente por ello dejan en nuestro rincón el sabor de la sencillez junto al encanto del olmo que lo personaliza.
Cuando empieza el anochecer, cuatro farolas se iluminan y enmarcan a nuestro rincón que se va convirtiendo en lugar de encuentro y reunión, bohemio y alegre, escondiendo en el enlosado los signos que identificaban a aquellos “pedrapiquers” que con su maestría dejaron para la posteridad la solidez de sus obras.
Nuestro rincón “reúne el arte del siglo XXI en un espacio del XII”, como muy acertadamente dice Inmaculada Ramón, la propietaria de un establecimiento de suvenirs a la sombra del viejo olmo que cubre el rincón mezclada entre trinos alegres ante la planta baja de "Idees i Regals": tienda que con sus “originals” creaciones se ofrece al viajero, al tiempo que en su gentileza me invita a visitar un pozo árabe del siglo XII situado en el sótano, convertido con exquisito gusto en una pequeña galería donde expone lo mejor de su obra.
Su perra Canela, su fiel compañera que un día apareció famélica con su anterior dueño, pero que al morir éste, regresó por el recuerdo de haber recibido un plato de comida; lo que le quedó grabado en su mente y en la actualidad se encuentra plácida en el umbral de la puerta junto a su nueva ama.
El “Rincón del olmo” reúne el encanto de ser el centro de un dédalo de callejuelas estrechas muy próximo al núcleo histórico de nuestra ciudad, por lo que invita en el atardecer a disfrutar de su estancia bajo el frescor de su arboleda y sobre el recuerdo de aquellos maestros de la piedra que con sus manos supieron cincelar testificando el esplendor de nuestra historia.
Sus signos de identidad en el enlosado despiertan la curiosidad del interesado caminante a cuyo hallazgo invita tan pintoresco rincón y que a su visita os recomiendo.

viernes, 27 de mayo de 2011

LA PLAZA DE CRESPINS

26 - La Plaza de Crespins

Las plazas recoletas tienen en si mismas el encanto que les otorga su propia limitación, sobre todo, cuando pese a ello, albergan la presencia de bellos y decimonónicos edificios que fueron sedes y refugios de personajes que de su contribución se sirve el curioso caminante para un mejor conocimiento de nuestro histórico pasado.

Desde la calle Samaniego, el gran fabulista de la lengua castellana, o desde la de Cruilles, el gran investigador del XIX de la Valencia antigua, se puede acceder a la Plaza de Crespins, nuestro rincón, así como desde la de la Hierba, o la del Historiador Roque Chabas, así nominada por ser en la plaza de nuestro rincón donde tan insigne personaje tenia su residencia, en el corazón de la ciudad y a la que le dedicó gran parte de su obra.

Plaza tranquila y peatonal en la que no falta un banco de piedra al que llegan sonoras las campanadas desde lo alto del “Micalet” en los instantes que corresponden, mientras el caminante contempla su entorno.

Sentado en la banca contrastan en la plaza sus tres fachadas del XIX adornadas con pequeños balcones de forja de los que llama la atención el que en dos de sus edificios separados por la calle de la Hierba hayan salido de las manos de un artesano de la misma fundición, dado su idéntico acabado. En el que da a la citada calle con el número 1, el milenario Tribunal de las Aguas y en su primera planta, alberga su despacho y archivo.

Destacan en la plaza los dos edificios que dan el mayor encanto al rincón: el de la actual sede del Colegio Territorial de Administradores de Fincas que perteneció al investigador de nuestra ciudad el Marqués de Cruilles, y que forma ángulo con el que fuera residencia del “Sabio historiador regional Canónigo Archivero de la Metropolitana Dr. D. Roque Chabás”, según una artesanal placa junto a una ventana enrejada que el Ayuntamiento de Valencia colocó en 1917 “para su honrosa memoria”. Noble casona en donde se reunían lo más granado de nuestros historiadores, como lo fueron Martínez Aloy, Rodrigo Pertegás, Teodoro Llorente y José Sanchis Sivera, entre otros.

Les decía que contrastan porque a mi espalda sentado en el banco y configurando la plaza, la ocupan edificios de nueva planta al servicio de la Generalitat Valenciana para sus despachos administrativos.

El nombre de nuestro rincón que persiste desde el siglo XVI, se le debe a la noble familia de los Crespí de Valldaura (cuyos orígenes se remontan a cuando acompañaron a Jaime I en la Reconquista de Valencia) la que tuviera su residencia en la esquina de la calle del Mar con la Glorieta, en el mismo lugar que hoy ocupa la sede del Centro Cultural de Bancaja, y que con anterioridad residían en la actual plaza de su nombre.

Desde la cercana Plaza de la Virgen, bien vale la pena adentrarse a través de sus callejuelas en la busca de nuestro rincón donde gozar de su tranquila estancia, insonorizado al bullicio, pero en hilo directo con los más entusiastas divulgadores de la historia de nuestra ciudad.

jueves, 28 de abril de 2011

EL RINCÓN DE LA PLAZA DE LA COMUNIÓN DE SAN ESTEBAN

29 - La Plaza de Comunión de San Esteban_rincon

Caminando la ciudad a la búsqueda del sabor de las callejuelas que tanto abundan en su centro histórico, en cualquier instante encuentra el viajero algo que le llama la atención. En especial, cuando el mismo nombre de una calle anuncia por su acepción la indicación de respeto que por su presunta dignidad merece. Es el caso de la Calle de Los Venerables que invita al caminante a adentrarse por ella ignorando cualquier posible sorpresa que le puede devenir.

Avanzando por la calle, estrecha y de corto recorrido, tras su ensanche con nombre de plaza, se anuncia a su final un recodo con visos de cierta originalidad. Pero vale la pena detenerse por un instante en la conocida como de Mossén Milá que a su paso destaca un edificio con largos balcones de artesanal forja que delatan el buen gusto de su época, y al que se anexa otro con dos blancos miradores configurando un lienzo de casas que la ennoblecen.

Llegado al punto, causa sorpresa la presencia de un pequeño rincón con todo el sabor añejo que por las piedras y los lucidos de sus fachadas ofrecen al complacido peatón.

Es así como nos encontramos ante el pequeño rincón de la plaza de la Comunión de San Esteban, donde existen las dos puertas traseras de la parroquial, antigua mezquita musulmana, convertida al culto cristiano tras las Reconquista de Jaime I.

Auténtico y recoleto, creado tras el derribo de la casa abadía en 1780 con dos puertas en los lados de uno de sus ángulos. Una de ellas, la de la Capilla de Comunión, la que da nombre a la plaza, indica la fecha de su construcción de 1696 labrada en el dintel que sustenta en barroca representación un eucarístico copón, construida la capilla siguiendo la costumbre de que en las antiguas parroquias se adosara un nuevo centro de recogimiento con el genérico nombre de la Comunión. Y la otra, en el lado central, corresponde a la puerta trasera de la Iglesia de San Esteban, cuya fachada principal da a la plaza de su nombre entre la Calle del Almirante y la Plaza de San Luis Beltrán.

En el resto de la plaza prima la sencillez de un edificio de cuatro plantas con blancos ventanales que no la desmerece, sino todo lo contrario, al ser uno de los lados que contribuye a darle semejante forma a tan peculiar rincón, anclado tras la parroquial de San Esteban de rico pasado, sita a la sazón en uno de los ventrículos del corazón de la ciudad.

La actual plaza que une la Calle de los Venerables (en memoria de la santidad de los Vicente Ferrer, Luis Beltrán, Beato Nicolás Factor, quienes entre otros fueron bautizados en la Iglesia de San Esteban, en la pila bautismal que recibe el nombre del primer valenciano que fuera santo dominico, el citado San Vicente Ferrer) con nuestro “rincón”, la ya citada de Mossén Milá, era conocida antaño como Plaza de las Moscas, tal y como se anuncia en el plano del Padre Tosca debido a los numerosos puestos de carne que existían desde la “calle del Palau” y que llegaban hasta la citada plaza.

Lugar pues al que se accede desde la “calle del Palau”, o por su parte norte desde amplia Plaza de Nápoles y Sicilia que por su tranquilidad vale la pena conocer. Cima sus aleros, sobresale la torre campanario que concentra en su armonía la sencillez de tan singular rincón, dando ocasión al caminante a la visita interior de uno de los más antiguos templos de la ciudad con su famosa pila bautismal del que sería santo dominico y de la que se dice que los allí bautizados no fenecen por accidente.

martes, 29 de marzo de 2011

EL JARDÍN DEL PALAU

16 - Jardin del palau_rincon Rincón de fragancias con aromas de azahar que pasa inadvertido las más de las veces a favor de la riqueza monumental que en su entorno reina y en la que el paseante fija especialmente su atención.

El rincón corresponde al de un pequeño jardín cercado por una artesanal verja, sujeta a pilastras de piedra que lo hace aún más recogido. A él se accede por dos puertas que franquean el paso al caminante que desea en su solaz aislarse del trasiego humano que deambula por la amplia y peatonal zona, a la sazón núcleo histórico de la ciudad.

Nació el jardín tras el derribo del antiguo Consistorio, el conocido hasta ese momento como “Casa de la Ciudad” que desde su construcción en 1342 sirvió como el lugar donde los Jurados, el Racional, el Síndico y el Escribano ejercieran su poder municipal, a la vez que cumplía como cárcel de hombre y mujeres y hasta de reuniones en Cortes. Hasta entonces y desde que Jaime I creara la institución municipal, los Jurados se reunían en diferentes Casas en torno a la Iglesia Mayor.

Sometida a posteriores restauraciones, sus interiores alcanzaron un gran esplendor, así como su fachada flanqueada por dos esbeltas torres. Destacó su “cambra daurada”, de rico artesonado construida en 1441 cuya techumbre se puede observar desde 1929 en el interior de la sala que ocupara el “Consulat del Mar” en la monumental Lonja de la Seda, donde luce pulcramente restaurada como el más importante de los legados que persisten de la antigua “Casa de la Ciudad”. A él se suman un tríptico del Juicio Final en el Museo Histórico Municipal, una reja de hierro situada a la entrada de la capilla de la Lonja, y otras obras pictóricas en poder de colecciones particulares.

Situada en la esquina frontal a la plaza de la Virgen se observa sobre pedestal de piedra una figura de bronce del Ángel Custodio, que como patrono de los Jurados y símbolo de la ciudad, era venerado en un altar de la Sala del Consell, y en cuyo recuerdo destaca en lugar prominente del jardín.

Como consecuencia de un voraz incendio en 1586, la parte superior del Consistorio quedó totalmente destruida. Tras su restauración y con los años, entró en un proceso de degradación que obligó al Concejo Municipal en 1854 a tomar la determinación tras encontrar un lugar para su emplazamiento, de su traslado a la Casa de la Enseñanza de la Calle de la Sangre, que desde ese instante se convirtió en el nuevo Ayuntamiento de Valencia.

La vieja “Casa de la Ciudad” fue derribada en 1860 dando ocasión para convertir su lugar en un pequeño jardín junto al Palau, separado del mismo por la que fuera Calle de los Hierros, hoy en un pequeño rincón para solaz del paseante. Sentado en sus bancos de piedra con respaldos de hierro, se aísla del murmullo urbano oculto entre sus naranjos que predominan y la majestuosidad del “mástil” de un pino que se observa por la linterna que se abre cima la bóveda del arbolado.

Pequeño jardín que pese a su olvido por la gran concurrencia que callejea por su bello entorno dejándolo de lado, os recomiendo visitar al cobijo de sus naranjos y limoneros junto a otras especies y al encuentro del relajo que procura tan histórico rincón.

domingo, 27 de febrero de 2011

PLAZA DE LA COMPAÑÍA O DE "LES PANSES"

18 - La plaza compañia

No podía faltar entre los muchos rincones que callejeando la ciudad deleitan nuestra atención, bien por el encanto de sus balcones corridos, bien por sus ménsulas que los sustentan, bien por el murmullo de una fuente o bien por la banca de piedra donde el paseante repone sus fuerzas, por citar algunos de los elementos que justifican nuestro alto en el camino, no podía faltar, les decía, el rincón sito en la popular “Plaza de les Panses” y en el nomenclátor de la ciudad como la de la Compañía: el que por su sabor épico macerado desde la sencillez y el orgullo de un personaje singular, confiere, entre otros, uno de sus atractivos.

Sucedió un 23 de mayo de 1808, cuando “el Palleter”, un sencillo vendedor de pajuelas para prender el fuego que nada más tener conocimiento mediante la Gazeta que se vendía en la misma plaza de la abdicación de Fernando VII en beneficio de Napoleón, cogió su faja a la cintura, la desgarró, y con un trozo de ella anudado a una caña junto a una estampa de la Virgen de los Desamparados, subido a una silla, alzó su voz declarando la guerra al invasor:

-¡Un pobre palleter li declara la guerra a Napoleó!

El hecho queda perpetuado en una placa de piedra en el muro que cierra al jardín de La Lonja frente a nuestro rincón. Un desconocido personaje cuya historiografía se reduce a ese instante, toda vez que desde aquel día pasó al anonimato de la vida valenciana.

Plaza recoleta en la que destaca la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, de la Compañía, junto a la que fue Casa Profesa de los Jesuitas y actual residencia de jubilados de la Orden. En ella se albergó el Archivo del Reino hasta su definitivo traslado a la Alameda. El origen de la Iglesia se remonta al siglo XVI, pero tras ser derribada por la revolución de “La Gloriosa” fue nuevamente reconstruida veinte años después, luciendo sus tres puertas con arcos de medio punto bajo un rosetón de hierro en lo alto de su fachada que en toda su amplitud domina la plaza.

Un banco de línea curva, de granito, en un rincón de la plaza es de utilidad al caminante para observar relajado el alto torreón de la Lonja de la Seda, junto al que se contempla una parte del cilindro que forma la escalera de caracol necesaria para su ascenso. Se observa éste sobre el muro de almenas coronadas, así como el bloque que albergara la institución medieval del “Consulat del Mar”. Institución que ya había sido creada en el siglo XIII, la más antigua de España en su genero.

Con la construcción de la Lonja de la Seda por el maestro de obras Pere Compte en el XV se refrendaron los años de esplendor de la capital del Reino y a la sazón la ciudad más importante de la Corona de Aragón. Monumento del gótico que tras su ampliación en el siglo XVI y desde el interior Patio de los Naranjos se accede por una escalera de piedra adosada al muro a la Sala Dorada, donde el visitante puede contemplar el techo policromado procedente de la derribada “Casa de la Ciudad”.

Completan la plaza dos edificios enfrentados: uno de entresuelo y dos alturas, sencillo y bien cuidado que hace esquina a las calles de las Danzas y Cordellats, y otro de amplio chaflán, de cuatro alturas, que cima sus dos amplias ventanas enrejadas en el entresuelo, en cada una de sus plantas observa el visitante sus tres balcones de hierro forjado que van disminuyendo en su tamaño según ganan en altura; situadas a sus lados, las Calles de la Cenia y de La Lonja en la que destaca una de sus puertas, la más bella del edificio más representativo del gótico valenciano.

Rincón que aunque popularmente es conocido como “Plaza de les panses”, en realidad este nombre era el que tenía con anterioridad la cercana del Doctor Collado, al hallarse un tienda de pasas junto a la Lonja del Aceite y que con su derribo se abrió la nueva plaza.

Rincón pues, en el que predomina el gran retablo de La Compañía sobre su entorno, pero sin desmerecer a la pequeña muralla que protege al jardín de la Lonja con la placa en recuerdo del Palleter, tanto en cuanto escudriñamos el majestuoso torreón entre un cerco de coronadas almenas que rememora en todo su conjunto un rico pasado histórico de ocho siglos, que les recomiendo visitar.

jueves, 27 de enero de 2011

PLAZA DEL CONDE DEL REAL

24 - La Plaza del condel del real 
Si en la sinuosidad de un río bajo una frondosa arboleda la naturaleza brinda la ocasión de mostrar sus bellos remansos, unos tras otros, confieren al paraje la delicia de su disfrute. Sensación de gozo que extasía al viajero admirado por su paisaje y le hace recrear su mirada en cada uno de ellos.

Algo semejante sucede cuando en el interior del casco histórico de la ciudad y uno tras otro, se suceden bellos rincones que se ofrecen en un pequeño dédalo que tiene como eje principal la calle de Trinitarios.

Ocurre, cuando entre los bellos rincones que cada uno de ellos ofrece su singular y diferenciado atractivo, en su denominador común, se esconde la oportunidad del placer de cruzarse, cuales remansos de paz, en un paisaje que, si lo es urbano, tiene la semejanza que nos ofrecen uno tras otro, al tiempo que nos regalan el encanto de sus encuadres.

Es el caso de la Plaza Conde del Real, muy próxima a otros “rincones de mi ciudad”. En ella, contrasta la entrada de la Facultad de Teología, en uno de sus lados, con el que se muestra con viso artesanal en el lienzo del lado enfrente: el que forma ángulo con un edificio decimonónico de estilo académico con balcones de hierro forjado, ventanales con rejas en el bajo y portada con dintel que sustenta un tímpano de medio punto que, igualmente enrejado, abre el paso de la luz a su interior. En lo alto, sus tres altillos confieren a su fachada la armonía de un acabado que ennoblece la plaza.

Las plazas del Poeta Llorente, de Santa Margarita, la del Conde de Carlet, la plazoleta de la Calle Viciana y la de San Luis Beltrán son partes de una retícula en la que se encuentra la del Conde del Real, a semejanza de los bellos remansos que en ocasiones nos ofrece la naturaleza; mas en este caso a través del callejeo continuo dentro del casco histórico de la ciudad y en escasos palmos.

Realza pues en la plaza, la Facultad de Teología: el antiguo Seminario Conciliar construido en la que fue casa del Conde del Real hasta principios del XIX. Con anterioridad y desde su fundación en 1790 por el Arzobispo Fabián y Fuero, el Seminario ocupó la Casa Profesa de los Jesuitas, que al haber sido expulsados por decisión de Carlos III la ocuparon hasta su definitiva ubicación en 1819 y hasta nuestros días en la Plaza del Conde del Real: titulo proveniente de la época de Jaime I de uno de sus acompañantes a la Reconquista del viejo Reino de Valencia.

Situados en la plaza, merece la pena traspasar el zaguán del antiguo seminario y contemplar su claustro de columnas dóricas escudriñando su alta espadaña y espléndido mirador. Resalta la originalidad de los cuatro vértices de sus galerías con tres columnas enlazadas en cada uno de ellos, a semejanza de las de hierro que discurren en la segunda planta del claustro con el mismo orden y concierto.

Media docena de macetones pincelan la plaza y cuatro sillones, anclados y de moderno diseño, sirven al visitante para contemplar tan singular rincón junto al viejo taller de cerámica ubicado en las antiguas caballerizas del Palacio de Escrivá a su espalda, dando su toque artesanal a tan silencioso rincón; lo que da ocasión a escuchar los trinos que llegan del ajardinado y antiguo cauce del Turia cercano.

En vuestro deambular callejeo os recomiendo su visita, al tiempo que la aprovechéis para disfrutar del claustro del viejo Seminario Conciliar, en la actualidad Facultad de Teología.